Cuentos, Relatos y Poesía.

  El anillo.

- Vengo, maestro, porque me siento poca cosa, me dicen que no sirvo y que no hago nada bien. ¿Qué puedo hacer para que me valoren?
El maestro le dijo:
- Lo siento, muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver un asunto. Pero... - agregó el maestro - si me ayudas, lo resolveré antes y podré ayudarte.
- Sí maestro - consintió el joven.
El maestro se quitó un anillo y se lo entregó:
- Ve al mercado y véndelo. Obtén por él lo más que puedas, pero no aceptes menos de una moneda de oro, pues he de pagar una deuda.
El joven lo ofreció a decenas de mercaderes que desestimaron la mercancía. Solo un anciano le explicó que una moneda de oro era demasiado para cambiarla por el anillo.
Abatido, regresó deseando tener él mismo una moneda de oro que entregar al maestro.
- Lo siento, no es posible conseguir lo que me ha pedido - le explicó -. No puedo engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué lúcido, joven amigo! - contestó el maestro -. Averigüemos primero el verdadero valor del anillo. Ve al joyero y pregúntale cuanto me da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no lo vendas.
El joven fue al joyero, quien examinó el anillo y dijo:
- No puedo darte más que 58 monedas de oro. Con el tiempo podríamos obtener 70, pero si la venta es urgente...
El joven corrió a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate - dijo el maestro tras escucharle -. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede valorarte un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y el maestro volvió a ponerse el anillo en el meñique de su mano izquierda...
Anónimo

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Los dos lobos.
Un viejo indio estaba hablando con su nieto y le decía:
- Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión.
El nieto preguntó:
- Abuelo, ¿dime cuál de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?
El abuelo contestó:
- Aquel que yo alimente...

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El hijo valiente
El padre de un joven sin demasiada valentía fue a consultar a un maestro de artes marciales por el problema de su hijo.
- Déjelo aquí - le dijo el maestro - venga dentro de unos 3 meses que le voy a tener un aguerrido y valiente hombre.
El padre regresó al cabo de ese tiempo y al recibirlo el maestro le dijo:
- Tendré una lucha con él y verá qué valiente es su hijo.
Empezó la lucha y, para vergüenza del padre, al primer golpe el joven cayó al suelo.
Se levantó y volvió a recibir de nuevo un golpe y cayó al suelo, así siete veces más.
El maestro exclamó:
- ¡Hemos hecho de este joven un valiente guerrero!
- ¿Eso es un guerrero? - dijo extrañado el padre -. ¡No hace más que caer al suelo!
- No ha entendido el mensaje, - dijo el maestro -. A pesar de ser vencido una y otra vez no se retira sino que se levanta para enfrentarme. ¡Eso es verdadera valentía!... El débil no cae, porque siempre yace en el suelo...


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Mirar para el lado correcto.
Había una estatua de un rey cuyo dedo índice estaba en posición de señalar. Llevaba la inscripción: "Para obtener un tesoro golpea en este sitio".
Muchas generaciones habían golpeado en el lugar señalado dejando sólo unas pocas huellas en la piedra y una confianza erosionada en sus posibilidades de obtener la riqueza prometida.
Algunos consideraron a la estatua como una broma de mal gusto, pensada por un antepasado que quería demostrar algo que nadie entendía.
Así, algunos la miraron con desconfianza y pidieron al alcalde que la enterrase para no tener que verse enfrentados a su propia impotencia.
Un día, un artista de un pueblo vecino llegó a la ciudad y se quedó conmovido por la belleza de la estatua.
El hombre observó desde todas las perspectivas posibles el estilo, las formas, los materiales, el color, y hasta el sonido que producía el viento al rozar aquella obra de arte. Y, gracias a la amplitud y profundidad de su mirada, le fue posible observar que, exactamente al mediodía, la sombra del dedo señalaba una línea en el pavimento al pie de la estatua ignorada durante siglos.
Los sufíes cuentan que este hombre, después de observar con detenimiento, marcó el sitio que señalaba la estatua, obtuvo los instrumentos necesarios, y con una barra hizo saltar la loza.
Para sorpresa de todos, la loza resultó ser una compuerta en el techo de una caverna subterránea. En ella había extraños objetos, de una hechura tal que le permitieron deducir la ciencia de su manufactura, hacía mucho tiempo perdida, y en consecuencia, pudo acceder al tesoro que la inscripción prometía....

Cuento Sufí